No importa la edad en que comiences a involucrarte con la música. Tarde
o temprano, frases como "la música es vida", "esta obra es romántica",
"toca con el corazón", "canta con tu instrumento" o el confuso "más
expresivo" te llegarán a los oídos "Libera la música dentro de ti". Con estas palabras tratamos de expresar aquello que debemos decir con sonidos. Son como ayudas motivacionales en la música.
Si estudias algún instrumento musical, probablemente has notado que
algunos maestros le dan mucho énfasis a la técnica, y velarán para que
tengas un buen comando de tu instrumento - lo cual es imprescindible
para expresarnos sin ninguna limitación. Pero, ¿qué vamos a transmitir
si no nos preocupamos por nuestro mundo interior? Una de las frases
inmortales que pululan en el ambiente musical es que "tu suenas como
eres". Y si no has escuchado esta frase o alguna de sus variantes, te
invito a que pienses sobre ella. Es más, lo haremos juntos.
Cuando tocamos un instrumento musical, por ejemplo el clarinete, le
damos vida soplando dentro del mismo por medio de una boquilla que
sostiene una caña que, al vibrar con nuestro aliento, produce el sonido
típico del clarinete. Pero más allá de soplar dentro de un instrumento,
pulsar las cuerdas de una guitarra o las teclas del piano, ¿es posible
distinguirnos por la manera como ejecutamos? ¿Podemos transmitir rasgos
de nuestra personalidad con sólo tocar la cuerda de un violín o soplar
dentro de una flauta? De ahí el título de este artículo: ¿Transmitimos nuestra personalidad con nuestros instrumentos musicales?
Un instrumento musical es un aparato muy sofisticado que nos ofrece una
paleta muy variada de posibilidades sonoras. Cada uno de ellos nos
demanda un estudio especial para poder dominarlo completamente.
Entonces, para investigar un poco mejor esta inquietante pregunta y dar
con una convincente respuesta que si es posible o no distinguir rasgos
de nuestra personalidad al momento de tocar nuestros instrumentos
musicales, quizás deberíamos empezar con algo menos complejo que un
fagot, piano o violoncello. Digamos, un instrumento que tenga pocos
sonidos. Un instrumento pequeño. Un instrumento nada complicado en su
manejo y mecanismo. Es más, escojamos algo frío como una máquina y no un
instrumento musical. Resumiendo, tendríamos que hallar una máquina
pequeña, nada compleja en su manejo y que emita pocos sonidos
controlados. ¿Existe este aparato?
La respuesta es si, y emite sólo un sonido que varía en duración. Me refiero a la máquina utilizada para el Código Morse,
inventada en 1834. Estas máquinas portátiles, bastante sencillas de
fabricar, emiten sólo dos eventos distinguibles: uno corto y uno largo,
con pausas entre ambos. El ritmo con el que se emiten los sonidos cortos
y largos representan letras que forman palabras y a su vez, frases. A
grandes rasgos, diríamos que hemos hallado algo primitivo que sirve para
comunicarnos pero con posibilidades muy limitadas. Veamos que podemos
aprender de este aparato aparentemente inexpresivo.
Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue de vital importancia
comunicarse por medio del código Morse. Los alemanes utilizaban este
sistema y además, para despistar al enemigo, lo hacían en clave. Los
británicos decidieron interceptarlos pero aunque escuchaban las
transmisiones, no podían comprender lo que se estaba diciendo. Pero esto
no fue un problema para los británicos. Pronto aprendieron que los
alemanes tenían en cada unidad militar sus propios operadores de Morse, y
que trabajaban en turnos en un promedio de cuatro personas por unidad.
Los británicos decodificaron y siguieron a los alemanes no por lo que
decían, sino por quien enviaba los mensajes.
Por más asombroso que suene, los británicos organizaron grupos para
escuchar a los alemanes, y poco a poco, estos sonidos cortos y largos
cobraron personalidades. En el código Morse, se dice que debes tener
"pulso" para enviar tus mensajes. Los británicos con su equipo - que en
su mayoría eran mujeres - podían distinguir quien estaba enviando un
mensaje, ya que el pulso de cada individuo tiene un sello, una manera
personal de ejecución. Entonces, cada miembro del equipo encargado de
interceptar a los alemanes le asignaba un nombre a la persona que estaba
siguiendo e incluso anotaba rasgos de su personalidad, ya que en cada
comunicación hecha por los alemanes era inevitable entender preguntas
como ¿que tal el clima en Munich?, ¿cómo estas hoy?, ¿cómo esta tu
novia?, etc. Luego, rastreaban y localizaban la señal. Ahora sabían quien y donde se encontraba el transmisor alemán.
No interesaba a que parte de Europa el transmisor alemán viajara con su
unidad, el equipo británico lo reconocía inmediatamente: "aquí esta Elsa, ya encontré a Mario....Oscar está transmitiendo otra vez".
Esta era información de gran valor en el campo de batalla. Si un
operador alemán Morse se encontraba en Berlín y luego de tres semanas
era detectado en Milán, entonces los británicos sabían que toda esa
unidad militar se había movido a Italia. Si un oficial preguntaba si
estaban seguros, el equipo de rastreadores británico respondería: "estamos seguros, ese fue Oscar".
Esto prueba que incluso con un aparato tan simple que sólo emite un "bip" a pausas diferentes (uno corto y uno largo), es posible distinguir el pulso distintivo de una persona.
El transmisor no está tratando de tener un estilo en particular, es
simplemente algo inconsciente que aflora al momento de comunicarse por
el código Morse. Es inevitable y los ingleses personalizaron cada señal
emitida por los alemanes.
Si los británicos fueron capaces de distinguir el pulso personal de los
operadores alemanes, ¿no es lógico deducir que será más obvio que
nuestros rasgos y estilo personal se transmita por medio de un
instrumento musical, un aparato mucho más complejo y que también es
utilizado para expresarnos con sonidos?
No podemos escapar de transmitir quienes somos, sea con un instrumento
complejo o una máquina sencilla. Esto lo mostramos de manera
inconsciente y nos desnuda ante el público. La música nos enseña a
conocernos a nosotros mismos. Por eso, cuando tocamos una misma obra a
los 18 años, luego a los 30 y luego a los 55, la obra suena distinta.
¿Cambió la partitura? No. Cambiamos nosotros. Hemos madurado. Hemos
aprendido a lidiar con el miedo, con nuestras emociones, a liberar
nuestra creatividad, a transmitir sin ningún tabú lo que tenemos dentro
de nuestro ser. Aflora quienes somos en determinado periodo de tiempo de
nuestras vidas.
Los seres humanos somos criaturas
muy complejas, con una inteligencia dinámica llena de fantasía y
posibilidades insospechadas que nos diferencian de otros seres vivos -
por ejemplo, el simple hecho de leer estas líneas en voz alta sin abrir
la boca y escuchar una voz dentro de nuestras mentes; o de imaginar una
pelota de varios colores en el jardín sin verla físicamente. Así de
maravillosos somos y así de maravillosos sonaremos.
Por esto, siempre le digo a mis alumnos que también hay que cultivarnos
por dentro. Somos seres complejos. El universo que eres tú se muestra
cada vez que tocas tu instrumento y mucha gente, como los británicos, te
distinguirá inmediatamente por quien eres y por la manera especial como
transmites tu mundo interior al mundo que te rodea.
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